domingo, 18 de junio de 2017

Este patrimonio escondido en nuestras aldeas merece una conservación digna aunque solo sea por el respeto a quienes tienen la capilla como recurso contra los imprevistos avatares del vivir. 


San Antonio de Padua

Hay un patrimonio humilde y silencioso que recoge un sentimiento  profundamente arraigado en el alma de nuestras aldeas, en las mujeres de nuestros pueblos, la devoción. Sin necesidad de definiciones del DRAE,  se puede decir que la devoción  es más espiritual que un sentimiento y más limpia que una pasión. Es más:  la devoción hace, de quien la practica,  una persona sobre todo firme en sus convicciones, de esas que siempre las topas donde las dejas, comprometidas con sus principios, imprescindibles contra esta modernidad líquida que está destrozando cualquier tipo de relación que no sea Sálvame de luxe.

 Y como siempre, traemos estas ideas a colación porque gracias a Dios, mejor o peor conservadas, como parte fundamental de las aldeas de nuestro concejo, están las capillas que hablan de sus vecinos y del amor profundo por su patrimonio como esencia de su espiritualidad, más femenina, por suerte, para su conservación. Fruto, tal vez,  de una promesa, su construcción va más allá del tiempo y de la memoria,  y  sus santos forman parte de cada  familia, de sus inquietudes, de sus penas, de sus miedos o de sus esperanzas. Por eso, cuando abrimos la puerta de una capilla y vemos un San Antonio de Padua rodeado de velas votivas, ya nos imaginamos el origen de cada una de ellas: que si un animal, que si una intervención quirúrgica, que si una enfermedad... siempre un motivo para sacar a la luz la imprescindible fuerza espiritual y femenina  a la que obliga la vida. Un respeto por esas mujeres fuertes es incluir  estas capillas en el  patrimonio del concejo que hay que cuidar y mimar, empezando por los tejados y terminando por el interior. Nuestras capillas son algo más que un símbolo religioso y que el ayuntamiento las reteye es respetar a sus aldeanos, nosotros,   como parte del  acervo cultural lenense  en su conjunto: las espadañas que las definen y  su diminuta campana colgada de la melena centenaria o  los imágenes del interior bien merecen una conservación digna, al margen de las banderías políticas que empobrecen más que  ayudan. Por ejemplo, la de Tuiza de Arriba, preciosa como joya en piedra, rodeada de los picos protectores, aunque un tanto abandonada,  sin mengua de la devoción imprescindible que deja entrever un  San Antonio rodeado de las velas que exigen los apretones que da la vida. Por eso, una catalogación de todas, con sus contenidos, y una mínima conservación nos haría a los lenenses más cultos y más respetuosos con las distintas actitudes que adoptamos para surcar el mar proceloso de la vida,  como diría el poeta.  Porque a los pueblos, los nuestros,  más que las ideas, quien lo une son los sentimientos y las devociones. 



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