martes, 6 de junio de 2017

Hace unos días, Mael, el fíu de Manolin y Consuelo, de limpieza en la casa de los padres por fallecimiento, sacó a la vía pública,  en La Mairá, los cebatos que ficieron payar durante más de 60 años en la cuadra que está pared con pared con la casa. Preguntado por ellos, me dice que los quieren algunos vecinos para encender la cocina. Sin embargo, unos ojos oportunos los visten de arte y los reclama para dar gusto a su imaginación con una escultura. En consecuencia, les hago una revisión y compruebo su estado para  rescatarlos contra el olvido y la ignorancia. Y si  merecen la consideración de pieza de arte, pese a la polilla que la carcome,  con sumo cuidado los recojo y transporto y los preparo para que la artista construya con ellos la imagen de aquellas familias que eran familia para sobrevivir: el poder del arte y el valor de la artista para rescatar a la sociedad rural del olvido que será muy pronto, cerca de mañana. Aquella sociedad herida por  la fame como mordedura en la carne, y el hambre, como puñal atávico clavado en su corazón.  
- Aunque, para decir la verdad, todo quedó el humo de paja. Hasta el nombre de la que se pinta como artista.           


Cebatos                                               


¡Ya no!Sí  entonces, cuando el hambre y sus miedos trenzaban,
con lluvias y vientos,  el aliento de vida que succiona
el alma de los sentimientos: contra tanta miseria y por la
dignidad de tanto  silencio y por  respirar para sobrevivir
en el día contra el cielo y sus avatares: el espejo
de la esperanza. Sin edad, sí,   eran manos y palabras
por  la sabiduría ancestral. Eran cuerpos  por el deseo
y las ansias de vivir de alegrías y sueños en paz irritados
por la intemperancia del hambre y por  la muerte del amor.
Es lo que son desde siempre hasta esta memoria: cuenco
donde maceran y amansan las fieras que nacen en el nial del cuco.  

Contra aquel  apetito  de lunas y noches y vuelos  sin número,
contra tantas muecas que visten vírgenes de soledad y abandono,
en aquel entonces todos los dedos, en la casa del padre,
tejían los lechos donde   moría el tiempo. Son los cebatos,
los hijos del cibum, donde  el pan milenario dormía
en brazos de una esperanza, y era el camino que abría,
contra la nada,  el ingente esfuerzo de todos: la fame
abrochaba los corazones  en  familia y hacía de las manos
con los ablanos, pirámides donde la destrucción o el amor
amasaban el ansia de eternidad con hambre atávica
que ahogaba las ansias de vivir en las suelas del corazón.

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