sábado, 3 de junio de 2017

Miro hacia atrás y sólo encuentro un lejano y doloroso olor a brezo, piensa mientras sueña sentado a la puerta de casa, con los nietos en las rodillas. 

Contra el paternalismo rural.


Se publica tanto y tan bueno que con cuatro libros y tres versos se hace  una radiografía del ámbito rural lenense o  asturiano porque ambos a dos están en igualdad de condiciones. Los dos tienen las mismas características: una sangría demográfica imparable, una falta de proyectos  absoluta, y un paternalismo feroz que convierte a sus habitantes más o menos en tontos de capirote. El ámbito rural, que tendría que ser el mimo de la sociedad asturiana, la niña de sus ojos, es un ejemplo claro de la  falta de ideas por falta de interés por su futuro; aquí todos están a verlas pasar sin verlas venir. ¡Y si por lo menos leyeran! En títulos como Palabras mayores de E. Gancedo o Alabanza de aldea de A. Martinez encontramos la medida del presente de nuestras aldeas que siguen  atrapadas en un pasado primitivo como escribe G. Sand, pese a tantos tractores y  máquinas de segar por habitante que las transitan. Y porque todo se resume en estos dos versículos del libro La lentitud de los bueyes que dicen Yo vengo de una raza de pastores que perdió su libertad cuando perdió sus ganados y sus pastos, del poemario donde  Llamazares describe un  corazón transido por la pérdida de lo que fue la vida de antaño. Aquella que  resumía en tres verbos  la vida del paisano : dar<>recibir<>dar. Y que siempre fue así entre vecinos que nacían, crecían, se casaban y morían en la misma casa de la aldea. Ya  no lo es .  Pero  como no somos émulos del profeta Jeremías, escribiremos al dereches  como me diría Manolín el de Cilia cuando, sentados en Peral, siempre veía una esperanza contra  tantas derrotas. Sabía de las múltiples posibilidades que había en  el ámbito que le rodeaba mientras su mirada barría la falda del Aramo donde tantas y tantas leyendas se alimentan con las calizas  que tantos y tantos secretos guardan en sus entrañas. Manolín sabía que el futuro de estas tierras nunca llegaría desde abajo, desde los paisanos que cruzaban los senderos de Los Chamargones. El futuro , decía Manolín, farase presente cuando se rompa el tamiz que esconde nuestra verdad a los ojos de los de la Pola o los de Oviedo,  que están más lejos.   Y cuando ese tamiz desparezca,  el paternalismo que tiñe sus miradas ya no será un obstáculo para que entiendan nuestra realidad. Se darán cuenta de que en principio lo más importante es la autoestima y después la investigación y después las ideas y después los proyectos y después los técnicos qué trabajarán codo con codo con los paisanos de entonces, quienes sean. Todos ellos,  decía Manolín, serán quienes pongan en valor la madera de nuestros montes de castaño, las posibilidades de nuestros cordales, la aguas de nuestros regueros. Algún día alguien escribirá  que nuestros bosques, tan abandonados por considerarlos sin valor alguno, son una biblioteca cuyos  contenidos habrá que buscar como tesoros ocultos en el arcano.   También habrá alguien  que pregunte por los arbeyos de Yanos de Someron y su exquisito sabor y los coloque en el mercado como patrimonio lenense único. De aquella feria de ganado en  Jomezana, alguien se preguntará por el principio y el final de la misma, como pasa con todo lo que funciona en este pais. Y así sucesivamente. Hasta que llegue el día en que los tres valles y el cuarto que conforman nuestro concejo, tengan la base para una autoestima basada en lo que no sea rutina y decadencia. Ese día llegará y entonces los pueblos tendrán un perfecto equilibrio entre producir y conservar; entonces  también los pueblos tendrán su mañana. El paternalismo no será   la niebla que desdibuja  nuestras  formas de vida llena de esperanza y convencimiento.       

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